El primer paso hacia la manifestación del principio femenino en nuestro mundo requiere hoy que las mujeres nos concienciemos de quién y lo que somos. Tras décadas de lucha, ya sabemos lo que podemos hacer y conseguir. También sabemos que no es suficiente. Internamente las mujeres somos como siempre hemos sido, tal vez hoy más confundidas por la apariencia de tanta libertad.
Necesitamos comprender lo que limita nuestra autenticidad, como se produjeron esos frenos, y por qué persisten. Ya no podemos culpar a los hombres o al sistema masculino que nosotras mismas apoyamos y que de muchas maneras encontramos necesario, aun pudiendo alterarlo. De alguna forma tenemos que reconocer el condicionamiento que mantiene la desigualdad e incomprensión, al mismo tiempo que aparece como igualdad y diálogo en el exterior. Existe un aspecto no reconocido de la programación social que mantiene a las mujeres en todas partes del mundo en una condición de
purdah. El velo es más grueso que el paño.
Cuando hayamos reconocido cuan grueso es el velo que representa el drama de toda mujer, se necesitará un distanciamiento consciente, inteligente y deliberado para que alivie la programación que lentamente, invisible y subliminalmente corroe nuestro esfuerzo. En muchos lugares del mundo no hay vestimenta o ley que exija que nos mantengamos subyugadas, solas, confundidas, e irrealizadas. Así que, ¿de dónde viene esta presión?
Cuando traté de precisar exactamente como la programación funciona, me eludía como un fantasma. Revisé interminables listas de citas, proverbios, y dichos de las culturas hispanas y anglo-sajonas
(en este blog, véase “Dichos”, o “Sayings”). Cada cultura era asombrosamente diferente y aún así coincidían en su desmerecimiento conspirador de las mujeres a través de las edades hasta las insinuaciones del momento presente.
Por más insultante, ingenioso, y muchas veces divertido que puedan ser las citas y los proverbios, no eran lo suficiente para causar la angustia internalizada y la condición de las mujeres en todas partes. Hasta que me di cuenta que tiene que ver con las creencias difusas que, poco a poco, se crean dentro de la psiquis de una mujer como respuesta a las actitudes expresadas o insinuadas de los que la rodean. Estas aparecen inmersas en impresiones sutiles, comportamientos, acusaciones no expresadas, culpabilizaciones, micro-gestos, y todas las posibilidades transmitidas por cada momento de experiencia.
Combinemos esto con la estructura impresionable de la mujer, el hecho de que energéticamente absorbe tanto como abraza su ambiente, no importa lo que haga o crea conscientemente, cuan verbal o bien educada sea, si es una artista dramáticamente sensitiva o una intelectual endurecida, las ondas indelebles de la programación subliminal la invadirá de la misma forma.
Hay dos factores principales que determinan el adoctrinamiento:
la palabra como forma-pensamiento, y el derroche visual y emocional de impresiones como calificadores d
el sentimiento.
Los pensamientos
Los pensamientos son cosas. Nos dan forma y a nuestros sentimientos. Los adquirimos y los acumulamos desde el momento en que nuestro cerebro se desarrolla lo suficiente como para comprender el idioma. Este almacén básico se convierte en el modelo de personalidad y nos lleva a desarrollarlo o a resistirlo. Todo en lo cual nos convertimos, nos identifica, o lo que manifestamos externamente, parte de ahí.
Los pensamientos no son solo del tipo obvio. Se cristalizan en creencias irracionales, tan profundamente arraigadas que a menudo no percibimos su presencia. Entonces ya no son cuestionadas, se convierten en pilares fundamentales e inamovibles de nuestra identidad.
Como acumuladoras espontáneas que somos, las mujeres tendemos a añadir en vez de substraer pensamientos existentes. La esperanza es que si desviamos nuestra mente con pensamientos más convenientes, los mas viejos desaparecerán. Afirmaciones positivas reprograman solo la capa superficial de la mente. El precio que pagamos es el precioso legado de experiencia en profundidad. En vez de aprender las lecciones de adversidad y transformación, mediante esta técnica atractiva imponemos lo que queremos ver y creer. Tampoco crecemos por medio de explicaciones ingeniosas que no alcanzan la profundidad o amplitud en donde se pudren las creencias populares con las que crecimos.
La transformación de los pensamientos es una labor muy difícil ya que implica la alteración de la fuerza emocional sublimal. Levantar los velos del
purdah deja al descubierto una cantidad tremenda de emociones que necesitaríamos tratar. Mas etiquetas u objetivos no ayudarán.
Y entonces nos confrontamos con la parte más sutil del adoctrinamiento.
La impresión visual y psicológica
La fuerza del adoctrinamiento, como saben todos los que hacen publicidad, va mas allá de la mente lineal. Trabaja mediante los sentidos y subliminalmente. Empieza al nacer, con la cualidad de todo lo que nos rodea, con la variedad de matices, resonancias emocionales, armonías y disonancias sonoras, y toda sensación. Afecta particularmente la cualidad receptiva de la estructura femenina, desnudando o cubriendo los filamentos nerviosos de sensitividad, y determinando las defensas. El tipo de juguete ofrecido a la niña, la calidad, color y textura de la ropa que se le pone, el abanico de sensaciones e imágenes visuales que nos rodea… todos ellos afectan el gusto, temperamento, y estilo que define la identidad personal.
La proximidad personal es el agente más poderoso del adoctrinamiento: aquellas personas que nos aman tanto como las que no, sencillamente por la calidad de energías que emanan sin necesidad de hacer o decir algo. En la casa, la escuela, en el comercio o en el instituto, en el gran mundo amplio somos bombardeados por impresiones que nos motivan o nos inhiben.
La breve mirada de un extraño puede calificar una experiencia tan sutil y penetrantemente, que nubla nuestro juicio y percepción de lo que está pasando – o de lo que ya ha ocurrido…con nosotras. Para una mujer, esto es tan letal como la expectativa explícita. La coerce por amor o por miedo, reforzando el impulso por agradar o protegerse del otro… necesitando ser reconocida, o esforzándose por ejercer poder e influencia de alguna manera sobre nuestro mundo inmediato. Y entonces nosotras también reproducimos y transferimos las impresiones a otros automáticamente, entregándonos a las descripciones estereotipadas de nuestro género sin autenticidad, atrapadas en dinámicas biológicas y psicológicas.
Añadiéndose a la pila de impresiones y reacciones gatillo que ya cargamos, energizadas por las hormonas de nuestro género en su debido tiempo, y reforzadas por los eventos que nos rodean, el estilo de conciencia de género se desarrolla.
El programa que proviene de la máquina atemporal de la sociedad se recibe y su destino se fija por medio de un sencillo acto en silencio, de una pausa en la conversación, de miradas conjuradas entre los hombres o mayores, y de suspiros condenatorios de otras mujeres. Se transmite por medio de dedos amenazadores que nos apuntan, y la violencia imponente de abuso implícito. Está armado de miedo, añoranza, y promesas de irrealidad para calmar el dolor de un ser desconocido. En el intento de ser formada, protegida, querida y amada, en la añoranza por crear un espacio y tiempo en el cual podamos ser, las mujeres se convirtieron en todas las cosas que van contra nuestra naturaleza – duras, vengativas, celosas, competitivas, exigentes y agresivas.
Lo que las feministas pioneras tal vez no reforzaron lo suficiente es que las formas-pensamiento contienen pensamientos pero también emociones. Es la segunda parte la que es la más escurridiza, porque envuelve lo invisible y crece descontroladamente. Si es difícil ser auténtico como un ser humano individual, dada su estructura es aún más difícil serlo siendo mujer. La presión evasiva y persistente de un clima de dominación y posesión pasa factura.
Hasta ahora.
El camino
El proceso de aprendizaje de las mujeres ha sido encaminado hacia la adaptabilidad, la apariencia, la servidumbre, el placer, y la reproducción. Cada vez que respondemos a cualquiera de esas exigencias involuntariamente, servimos al programa mayor. Pero, cada vez que respondemos conscientemente, voluntariamente con nuestra plena presencia, contribuimos al enaltecimiento de cada mujer y cada hombre.
Se le ha dicho a la mujer una y otra vez en todas las sociedades que no es nada sin un hombre, que es un agregado, una irrelevancia necesaria, una criatura caprichosa y fantasiosa. Si quiere ser algo, o tener paz, deberá acoplarse o competir, o ambos. Cada vez que los sentimientos de vacío o insuficiencia brotan, es una señal para estar alerta y reconocer nuestra presencia esencial y la energía básica que le prestamos a toda la creación. Sin las mujeres, el mundo no es posible. Nuestro poder reside en saber esto y en el coraje que tomemos para detener, prevenir, y directamente influir en nuestro mundo.
Se ha desmerecido a la mujer por sus emociones e intuiciones, acosado por su manera ilógica de pensar, idealizado hasta el punto de desvalorización. Cada vez que sentimos los efectos de estos afrontes, tenemos una opción. Por primera vez las mujeres pueden realmente usar el poder de ser y actuar, y no solo resistir, subsistir, manipular, o entregarse. Incorporar conscientemente su fortaleza es el camino de la mujer. El mundo tiene que y se verá obligado a ajustarse.
Cargamos el fardo de una herencia invisible. Tan espeluznante como parezca la tarea, así somos de grandes cuando descubrimos que somos la presencia del poder mismo. Nadie tiene que dárnoslo. Es lo que somos y siempre hemos sido.
Insto al lector a concienciarse de las muchas formas en que como mujeres nos frenamos de ser, sentir, pensar, percibir, reconocer, afirmar, aprender y contribuir a la vida.
Escrito por: Zulma Reyo.